jueves, 2 de febrero de 2012

La función artística y el rol del espectador



Debatir de algún modo la interpretación correcta o incorrecta del arte se hace paradójico, en cuanto que son la libertad y las percepciones subjetivas quienes activan éste lenguaje. Las mistificaciones creadas alrededor de la apreciación de la pieza de arte, es una hibridación que no termina, y cuya única solución en camino a la construcción individual de una idea popular interpretadora, es encontrar nociones trascendentes en la historia del arte, que gradualmente liberen la participación del receptor en la obra artística.
Para consolidar una idea de cómo acercarse al arte, primero debemos entender su naturaleza; creando en la sociedad un concepto cercano a la funcionalidad estética de Mukarovsky que separa los objetos de arte, de los demás. La discusión básica que se desarrolla en cuanto la función del arte, tiene sus inicios en la sacralización de objetos en la prehistoria, donde la mimesis, de ser una capacidad superior se transformara lentamente en un oficio. El artista en la edad media ocupa el papel de artesano, y en el orden social no es más que un obrero al servicio de la comunicación.  En este punto, la funcionalidad es la representación, la imitación y el referente de una persona de gran importancia o una entidad divina humanizada. El renacimiento significó la mutación de estos conceptos  de funcionalidad artística (proceso que repite el hombre como mecánica orgánica del arte, que siempre se mantiene en movimiento); donde el objeto de arte se hace sinónimo de cultura y evolución intelectual. En medio de esta nueva concepción, Da Vinci materializa en forma de arte, a una mujer aparentemente desconocida y entrega varios años de su vida a la que hoy, es considerada la obra maestra de mayor prestigio en la historia. El misticismo que rodea a la obra de arte; suscita al cambio del contexto, pero más aun; el cambio del artista. Si bien, la misma narración pictórica de la cronología cultural humana, nos conduce al misterio expresivo de la Gioconda y a la influencia que conserva su autor a través de los años: la sociedad en sí es la responsable de su estatus permanente, al punto de convertirla en un objeto sagrado. La teoría reciente del sudario de Turín, propone a la reliquia, como máxima obra de Leonardo, donde éste, utiliza una serie de líquidos fotosensibles, para grabar en la tela un cadáver crucificado, y su propio rostro. Supongamos que es así, y Da Vinci realmente elabora una reliquia para su mecenas; ¿no es este, un objeto al que recurren religiosos y devotos de Cristo? Con menor intensidad, la obra de arte produce este fenómeno, significa el contacto del hombre con Dios, la capacidad transformadora del ser humano, y por consiguiente, su chispa divina.
Cuando la elaboración ya no logro representar una conexión divina, a causa de la industrialización del siglo XIX que reprodujo las que anteriormente fueran piezas únicas, y la democratización de la cámara fotográfica; la funcionalidad establecida se derrumbo. Las virtudes manuales y la destreza para imitar la realidad podían ser remplazadas fácilmente, ahora la funcionalidad misma del artista se puso en duda, éste debía hacer, por decirlo así, lo que la maquina no podía. Citando a Magritte con su obra “Esto no es una pipa”, el objeto es libre de su representación y depende directamente de su funcionalidad dominante para llamarse arte. En este caso, negar la representación del objeto, la imagen que popularmente se admite como el mismo objeto; es la reafirmación del objeto físico, y su planteamiento en la relación realidad-representación es la nueva idea del arte en el discurso filosófico.   
Regresando a La Mona Lisa, el poder de su significación, es para la edad moderna la utilidad perfecta, la imagen del arte en un sentido amplio, todo el arte como idea abstracta. Entonces, la negación de ésta imagen, la locución alterada de su significación cumple el papel de separatista, rompe el cordón umbilical con la sacralización de la obra, y la libera. La deconstrucción de los esquemas artísticos condicionados, finaliza con la pincelada de Duchamp sobre el boso de la Gioconda. En este momento, el artista determina un discurso conceptual sobre la funcionalidad estética del objeto de arte, y conserva su estructura de arte a partir de la acción transformadora. De la misma forma lo hace en otras piezas de su obra, por ejemplo, con el ready-made “rueda de bicicleta” la negación funcional del objeto inmediatamente replantea la concepción teórica de su existencia y utilidad. La morfología de este nuevo nivel del arte, es el campo actual de la especulación crítica, ya que son las atribuciones funcionales del hombre al objeto o al suceso, el agente transformador. (En la biblia, Dios crea el universo con palabras)
Desde esta plena libertad del artista, surge el “sin límites” que caracteriza al arte contemporáneo, donde se plantean complejos ideogramas a través del objeto, como metáforas de la proposición conceptual del artista; que debate en una infinidad de medios los grandes universales existencialistas y fenomenológicos que circundan al hombre.
En la reestructuración de la funcionalidad del arte, en el imaginario popular actual, existe un gran obstáculo a superar: Tenemos en un inmediato, la acumulación de objetos de segundo orden, y un hombre deseoso que participa de la vida por medio de ésta acumulación; un sistema confuso cuando agregamos algunos planteamientos referentes a la funcionalidad. ¿Que separa al objeto de arte de los demás objetos? En gran medida la influencia  de la cultura estimula el crecimiento de estos valores funcionales y en las sociedades modernas, la función económica es el vínculo paradigmático que une a los hombres en grandes escalas, y la apertura de cualquier otro lazo comunicativo se ve sometido a ésta; en consecuencia, la función estética en los medios masivos y cotidianos se ha diluido y de nuevo la sociedad confina el arte a espacios específicos, lo que impide la democratización interpretativa del arte. La función económica del arte existe, claro, y como objeto comercial es perfecto por su valorización en el tiempo, pero la función predominante es la función estética: el enamoramiento racional y senso-perceptual de una idea plástica. La catalogación económica de las obras de arte es una aceptación colectiva del medio comercial y teórico que ha influenciado mucho esa mirada personal de la expresión estética. El hombre no-artista debe replantearse sus capacidades intuitivas y perceptuales, el valor supremo de sus símbolos personales y la espontaneidad de las impresiones metafísicas para lograr llegar al arte contemporáneo y encontrar gozo en él. Si contemplamos el arte moderno a través del lente “El arte por el arte” la decoración como función ultima del arte, la visura filosófica o sensible será invisible, y se conservara hermético el nuevo discurso artístico donde la función estética prima sobre las demás. La parte creadora  ha cambiado su pensamiento, pero, hace falta también un cambio en el imaginario colectivo, correspondiente a las variaciones de las formas e ideas de arte: y que iniciará en la asimilación por parte del público de su nueva importancia en la interpretación de la obra.

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